miércoles, 16 de mayo de 2007

Atropello


Eres una pared latiendo frente a mí. Un corazón oscuro y expectante.
Tu respiración en mi cuello, tu piel en mi piel. Y la terrible necesidad de reducir aún más ésa distancia que en términos mentales resulta incalculable.
Tus ojos cerrados, tus rasgos distendidos bajo la luz pálida del faro: duermes.
La distancia crecía inconmensurablemente por la duda, la incertidumbre filosófica y espiritual que acongoja siempre a los débiles de corazón.
El movimiento del brazo en forma de caricia se mide en voluntad y no en Jules.
El contacto es eléctrico, nuclear, explosivo. Mato a todo un mundo con solo tocar tu piel, cientos de vidas perecen cuando respiro tu aroma. Cientos de miles de reacciones químicas recorren mi estructura. Corazón, estómago y cerebro sienten la descarga.
Entonces me detengo: cada dos milímetros de movimiento, cada dos palabras que escribo, cada respiración que tomo. Tomo un momento para esclarecer qué demonios estoy haciendo. A veces tomo demasiado tiempo, cuando continúo la marcha las cosas han cambiado: el aire me falta, lo que escribo carece de sentido, la persona a quien intentaba alcanzar ya no está ahí...